Los bosques son mucho más que árboles: son el hogar de miles de especies, regulan el clima, purifican el aire y el agua, y nos protegen frente al cambio climático. Sin ellos, la vida tal y como la conocemos sería imposible. Sin embargo, la deforestación avanza a un ritmo alarmante, poniendo en riesgo estos ecosistemas esenciales. Por eso es vital comprender qué es la deforestación y el valor de los bosques desde edades tempranas. Proteger los bosques es proteger el futuro.
Saber cuáles son las causas de la deforestación es especialmente importante en verano, porque es la época del año en la que más incendios forestales se producen. Muchos de estos incendios, además de ser provocados o agravados por las altas temperaturas y la sequía, están relacionados con actividades humanas que ya de por sí dañan los bosques, como la agricultura intensiva o la tala ilegal. Cuando un bosque está degradado, seco o mal cuidado, es mucho más fácil que el fuego se extienda rápidamente. Por eso, entender qué provoca la deforestación ayuda a explicar al alumnado cómo prevenir los incendios y por qué es tan importante cuidar los árboles todo el año, especialmente en los meses de más calor.
La deforestación es el proceso por el cual se eliminan de forma permanente los árboles de un área determinada sin que exista la intención de reforestar o recuperar el bosque que había allí. Es decir, ese bosque deja de existir y el espacio pasa a usarse para otras actividades como la agricultura, la construcción o la minería.
La palabra «deforestación» proviene del latín: «de» significa «quitar» o «eliminar», y «forestis» significa «bosque». Por tanto, su significado literal es «quitar el bosque». Esta raíz latina puede servir a los alumnos para recordar el concepto. En clase los estudiantes pueden buscar el significado de otras palabras similares que empiecen por «de-» o «des-» y ver cómo también implican una idea de eliminación o ausencia (por ejemplo, «desconectar» o «desaparecer»).
La diferencia entre deforestación y degradación forestal puede explicarse de forma visual para que los alumnos la entiendan con claridad. Mientras que la deforestación elimina por completo el bosque y el suelo queda desnudo, la degradación forestal solo afecta parcialmente al ecosistema: se talan árboles, se interrumpe la vida del bosque, pero aún quedan partes vivas que pueden recuperarse. Se pueden mostrar en clase dos fotografías: una de una selva tropical talada completamente, convertida en un campo de cultivo, y otra de un bosque parcialmente dañado por una tormenta o por tala selectiva. Invitaremos a los estudiantes a identificar cuál es un caso de deforestación y cuál de degradación, y a que expliquen por qué.
En verano los incendios forestales se convierten en una de las causas más graves de pérdida de bosques
La deforestación tiene muchas causas. Algunas son provocadas por personas directamente, y otras se agravan con el cambio climático y los incendios.
Una de las causas más frecuentes de la deforestación es la transformación de bosques en campos de cultivo o en pastos para animales. Cuando aumenta la demanda de productos como la soja, la caña de azúcar o el aceite de palma, muchos países talan grandes extensiones de árboles para sembrar estas especies. Lo mismo ocurre con la ganadería intensiva: criar grandes cantidades de vacas, por ejemplo, requiere muchísimo espacio. Así, el bosque es reemplazado por campos abiertos que ya no cumplen la función de refugio de animales ni ayudan a regular el clima. Según datos de la FAO, entre las principales causas de la deforestación en Europa se encuentra la conversión de bosques en tierras de cultivo, que representa aproximadamente el 15 % del total y el pastoreo de ganado responsable de otro 20 % de la pérdida forestal. Para que los estudiantes comprendan bien el impacto visual de este cambio, se puede proponer una actividad artística donde dibujen un bosque, y después dibujar ese mismo espacio pero sustituyendo los árboles por una granja.
En muchos países, la tala de árboles sin autorización –es decir, sin respetar las leyes– es una práctica común. La industria maderera ilegal es el tercer sector delictivo del mundo, después de las drogas y los productos falsificados. La madera se vende para fabricar muebles, papel o carbón vegetal, y muchas veces no se controla ni se replanta. Esta actividad pone en peligro ecosistemas enteros, sobre todo si afecta a especies de árboles que tardan muchos años en crecer. Es una situación grave porque, además de destruir hábitats, daña los recursos naturales de las comunidades locales.
A medida que las ciudades crecen, se necesitan más carreteras, viviendas, centros comerciales, fábricas y servicios básicos. Todo eso requiere espacio, y muchas veces ese espacio se obtiene eliminando bosques cercanos. Lo que antes era un ecosistema verde lleno de vida, pasa a ser una zona urbanizada. Este proceso no siempre es evidente para los más pequeños, así que puede ser muy útil mostrarles cómo cambia el uso del suelo examinando mapas antiguos y mapas actuales de las zonas en las que viven.
La minería, al igual que la búsqueda de petróleo o gas, requiere excavar grandes zonas de tierra, muchas veces en medio de bosques tropicales o zonas protegidas. Para montar las minas, se talan árboles, se contaminan los suelos y a veces incluso se desvían ríos. Este tipo de explotación puede dejar huellas irreversibles en el paisaje y los ecosistemas. Un ejemplo claro sería un pozo de petróleo abierto en la selva, rodeado de maquinaria y sin un solo árbol alrededor.
En verano sobre todo, los incendios forestales destruyen grandes extensiones de bosques. Algunos incendios son provocados por descuidos humanos, otros son intencionados para despejar tierras, y otros ocurren por el aumento de las temperaturas y la sequía, fenómenos que están estrechamente relacionados con el cambio climático. Cuando un bosque arde, no solo se pierden árboles: también mueren animales, se contamina el aire y se debilita el suelo, haciendo difícil que vuelva a crecer vegetación.
La desaparición de los bosques tiene impactos muy graves en la naturaleza y en las comunidades.
Los bosques son el hogar de muchísimas especies de animales y plantas. Desde aves coloridas hasta insectos diminutos o árboles gigantes, todos forman parte de un equilibrio natural. Cuando un bosque desaparece, también lo hace el refugio de estas especies. Muchas de ellas no logran adaptarse a otros entornos y, poco a poco, se extinguen. Es importante que los niños comprendan que cada ser vivo necesita un lugar adecuado para vivir. Se les puede animar a que busquen y observen las especies locales: ver los árboles del entorno, identificar aves comunes o incluso buscar insectos en el patio del colegio. Luego, se puede hablar en grupo sobre qué les pasaría si sus hábitats desaparecieran.
Los árboles no solo dan sombra o belleza al paisaje, también cumplen un papel clave en la regulación del agua. Sus raíces ayudan a mantener el suelo unido y a absorber el agua de la lluvia, evitando que se pierda o que arrastre la tierra. La principal consecuencia de la deforestación relacionada con el suelo, es que sin árboles, el agua corre libremente, provoca erosión y puede generar deslizamientos o sequías. Para que esto se entienda de forma visual, en clase se puede hacer un experimento muy sencillo: llenar dos bandejas con tierra, una cubierta con césped, musgo o plantas pequeñas y otra sin vegetación. Al verter agua sobre ambas, los alumnos observarán cómo en la bandeja con plantas el agua se infiltra mejor y la tierra se mantiene estable, mientras que en la otra se arrastra el suelo con facilidad.
Los árboles son grandes aliados contra el cambio climático. Al crecer, absorben dióxido de carbono (CO₂), que es uno de los gases responsables del calentamiento global. Cuando se talan o se queman los bosques, ese CO₂ almacenado vuelve a la atmósfera, acelerando el problema. También se pierde su capacidad de seguir capturando carbono en el futuro. En clase, se puede explicar cómo los árboles «respiran», cómo transforman el CO₂ en oxígeno y por qué eso ayuda a que el aire sea más limpio.
En muchas partes del mundo, los bosques no son solo espacios naturales, sino también hogares, mercados, boticas y despensas. Las comunidades indígenas y rurales dependen de ellos para obtener alimento, medicinas, materiales de construcción o rituales culturales. Cuando un bosque desaparece, estas personas pierden mucho más que árboles: pierden historia, salud y medios de vida. Nemonte Nenquimo, la activista huaorani que consiguió que se protegieran cientos de miles de hectáreas de bosque tropical en la Amazonia ecuatoriana, lo explicaba así: «Gracias al conocimiento de los ancestros, de nuestros abuelos –vivos y muertos– sabemos que la selva nos ha dado la vida y es nuestra casa».
Para que los alumnos lo comprendan, se les puede proponer una investigación sencilla, buscando información sobre cómo algunas comunidades utilizan plantas que solo crecen en sus regiones. Por ejemplo, pueden descubrir que algunas raíces sirven para hacer infusiones medicinales o que ciertas hojas se usan como techos de casas. Con esto, verán que proteger un bosque también es proteger una forma de vida.
La deforestación es un problema que afecta a muchas zonas del planeta, pero su impacto se concentra especialmente en algunas regiones con grandes masas forestales, biodiversidad única y fuertes presiones económicas y sociales. Conocer estos lugares ayuda a comprender la magnitud del problema y la necesidad urgente de actuar.
La selva amazónica, considerada el pulmón del planeta, es una de las regiones más afectadas por la deforestación. Cada año se pierden miles de hectáreas de bosque, sobre todo en Brasil, debido al avance de la agricultura industrial, la ganadería extensiva, la minería y los incendios, muchos de ellos provocados. Esta destrucción afecta a millones de especies y al equilibrio climático global. Además, la pérdida del Amazonas supone la disminución de una de las mayores reservas de carbono del mundo.
En Indonesia, Malasia y otros países del Sudeste Asiático, la deforestación ha alcanzado niveles alarmantes, especialmente por la expansión de los cultivos de palma aceitera. Esta actividad implica la tala masiva de selvas tropicales para plantar monocultivos. También los incendios estacionales, muchas veces intencionados, destruyen grandes superficies de bosque. Esta región es hábitat de especies emblemáticas en peligro, como los orangutanes, que pierden su hogar cada vez que se pierde una hectárea de selva.
La cuenca del Congo, que alberga la segunda selva tropical más grande del mundo después del Amazonas, también está siendo gravemente afectada. En esta región, la tala para leña y carbón vegetal, la expansión agrícola y la explotación minera están acabando con los bosques. Las comunidades rurales dependen intensamente de estos ecosistemas, por lo que su destrucción no solo afecta a la biodiversidad, sino también a la seguridad alimentaria y cultural de millones de personas.
Aunque España, según datos del Banco Mundial, ha aumentado su superficie forestal en un 33,6% desde 1990, hay amenazas importantes como la expansión urbana, la construcción de infraestructuras, la intensificación agrícola y los incendios forestales. Cada año se producen en nuestro país una media de 12.000 incendios forestales, que queman más de 100.000 hectáreas de bosques. Además, el cambio climático agrava la desertificación en muchas zonas, lo que convierte la conservación de nuestros bosques en una prioridad. La pérdida de masa forestal en algunas regiones, especialmente en la cuenca mediterránea, tiene consecuencias ecológicas importantes. Según un informe de la FAO, los bosques mediterráneos llevan tiempo adaptándose a las presiones que conlleva el desarrollo humano, pero estas presiones nunca han sido tan extremas como ahora.
Recuperar un bosque perdido es posible, pero no es fácil ni rápido
Combatir la deforestación requiere la suma de muchas acciones desde distintos niveles: gobiernos, empresas, ciudadanía… y también las escuelas pueden contribuir. A través de la enseñanza y de actividades participativas, el alumnado puede entender por qué es importante cuidar los bosques y cómo hacerlo desde su vida diaria.
Plantar árboles directamente es una de las acciones más visibles y efectivas. Pero cuando se tala un bosque, no basta con poner algunos árboles: es importante restaurar todo el ecosistema, incluyendo la vegetación, el suelo y las especies animales que habitan en él. Esta es una forma directa de compensar la pérdida de masa forestal.
Los gobiernos juegan un papel clave en la protección de los bosques. A través de leyes ambientales, normativas de uso del suelo y vigilancia forestal pueden evitar la tala indiscriminada y sancionar a quienes no cumplen. También pueden promover programas de conservación y reservas naturales.
Para que los pequeños entiendan mejor en qué consiste su labor, se puede invitar a clase a un agente forestal, un técnico de medioambiente o algún representante de una entidad pública local para que explique su trabajo y cómo se protegen los bosques.
Muchos productos que usamos a diario –como muebles, papel, aceites vegetales o cosméticos– pueden estar ligados a la deforestación si no se obtienen de forma sostenible. Existen etiquetas y certificaciones (como FSC para madera o RSPO para aceite de palma) que garantizan que su origen no daña el medio ambiente.
Una actividad interesante en clase puede ser analizar envases y etiquetas reales para identificar si tienen sellos ecológicos. También pueden crear sus propias etiquetas responsables con mensajes como «este producto cuida los bosques» o «elige con conciencia» para promover el consumo responsable y sostenible.
La base de cualquier cambio duradero es la educación. Si desde pequeños los niños y niñas entienden qué es la deforestación, por qué ocurre y qué consecuencias tiene, crecerán más comprometidos con la naturaleza. En este sentido, la educación ambiental es más que una asignatura: es una forma de enseñar a vivir en armonía con el entorno.
Organizar campañas escolares de sensibilización, exposiciones temáticas o boletines informativos hechos por el alumnado son formas eficaces de fomentar la participación. También pueden sumarse a iniciativas locales como el Día del Árbol o colaborar con ONGs que trabajen por la conservación forestal.
La deforestación se mide generalmente en hectáreas perdidas por año. Una hectárea equivale a unos 10.000 metros cuadrados, aproximadamente lo que ocuparían dos campos de fútbol. Para calcular estas pérdidas, se utilizan principalmente imágenes tomadas por satelitales que permiten comparar el estado de los bosques a lo largo del tiempo. Así, se puede ver con claridad cuánto bosque había antes y cuánto queda ahora.
Organizaciones como Global Forest Watch publican mapas interactivos donde se puede explorar la pérdida forestal a nivel mundial en tiempo real.
La lucha contra la deforestación es un esfuerzo conjunto en el que participan organismos internacionales, gobiernos, ONGs y también escuelas y comunidades locales. A nivel mundial, una de las instituciones más importantes es la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación), que realiza estudios periódicos sobre el estado de los bosques y propone soluciones globales para su protección.
También hay organizaciones no gubernamentales (ONG), como WWF, Greenpeace o Rainforest Alliance, que desarrollan campañas de conservación, reforestación y sensibilización ciudadana y, concretamente en España, encontramos por ejemplo a Retree, Reforesta o la Fundación Foresta.
Recuperar un bosque es posible, pero no es fácil ni rápido. Un bosque natural tarda décadas –y a veces siglos– en volver a tener toda su biodiversidad, estructura y funciones originales. Además, algunas especies que habitaban allí pueden haberse perdido para siempre.
Por eso, más que confiar en la posibilidad de revertirlo todo, es fundamental actuar para evitar que se sigan perdiendo bosques. La prevención es siempre más eficaz que la recuperación. En clase se puede trabajar este mensaje a través de cuentos, vídeos o actividades donde se valore el tiempo que tarda la naturaleza en sanar, y la importancia de proteger lo que aún tenemos.
Cuidar los bosques no es solo proteger árboles: es preservar vida, clima y futuro. Cada acción cuenta, y cuanto antes aprendamos a convivir con la naturaleza, más oportunidades tendremos de conservarla.
Texto: Arantza García