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El viaje de las semillas

Medio Ambiente

En otoño, mientras los árboles cambian de color y los días se vuelven más frescos, miles de semillas comienzan un viaje silencioso. Algunas vuelan, otras flotan y otras se enganchan al pelo de los animales. Conocer cómo se mueven ayuda a entender mejor el funcionamiento de los ecosistemas y ofrece una oportunidad perfecta para trabajarlo en el aula de primaria.

En la naturaleza, muchas cosas están en movimiento aunque no siempre lo notemos. Los pájaros vuelan miles de kilómetros, los peces recorren ríos enteros y algunos mamíferos se desplazan grandes distancias para encontrar alimento. Pero hay otro viaje, más pequeño y silencioso, que es igual de importante: el de las semillas.

Las semillas necesitan viajar para encontrar un lugar adecuado donde germinar y convertirse en nuevas plantas. Este proceso se llama dispersión, y es clave para que los bosques se regeneren, las praderas crezcan y los ecosistemas sigan siendo diversos.

Este tema, además de fascinante, resulta ideal para trabajarlo en los centros educativos porque permite observar la naturaleza de cerca, hacer experimentos sencillos y fomentar la curiosidad científica del alumnado.

¿Por qué necesitan moverse las semillas?

Las plantas no pueden caminar ni desplazarse como los animales, así que han desarrollado estrategias para que sus semillas sí puedan hacerlo. Esto les sirve para varios objetivos:

  • Evitar competir con la planta madre. Si todas las semillas caen muy cerca, necesitarán la misma luz, el mismo agua y los mismos nutrientes. Al alejarse, tienen más posibilidades de crecer.
  • Expandirse a nuevas zonas. Así pueden ocupar más espacio y garantizar la supervivencia de la especie.
  • Aprovechar oportunidades. Una semilla que cae en el lugar adecuado puede convertirse en un árbol, un arbusto o una flor que atraerá a nuevos animales, a los que podrá proporcionar alimento y cobijo, y dará lugar a nuevas plantas que crecerán a su alrededor.

Transmitir estas ideas en el aula ayuda al alumnado a comprender que cada parte de la naturaleza cumple una función y que incluso los elementos más pequeños son fundamentales.

Las semillas necesitan viajar para encontrar un lugar adecuado donde germinar y convertirse en nuevas plantas

El viento: el gran transportador natural

Una de las formas más comunes de dispersión es a través del viento, en un proceso llamado anemocoria. Las semillas que utilizan este método suelen tener formas especiales que les permiten volar o planear.

Algunos ejemplos que se pueden observar fácilmente con niños son:

  • El diente de león, con sus «paracaídas» blancos que el viento arrastra fácilmente.
  • Los arces, cuyas semillas caen girando como pequeños helicópteros.
  • Los álamos, que liberan semillas ligeras cubiertas de una fina pelusa con aspecto de algodón y que les ayuda a transportarse largas distancias empujadas por el viento.

Una actividad sencilla para el aula consiste en recoger diferentes tipos de semillas y compararlas. ¿Cuáles vuelan mejor? ¿Por qué? ¿Qué forma tienen?

El viento es un aliado eficaz, pero también depende de factores como la fuerza de las corrientes o los cambios del clima, algo que puede introducirse en clase a través de experimentos o debates sencillos. 

Un ejemplo visual para comparar los efectos de los vientos suaves con los de los vientos fuertes consistiría en utilizar un ventilador con varias velocidades y bolitas de papel o algodón que simularán semillas. Colocando las «semillas» en la línea de salida, encenderemos el ventilador en velocidad baja y marcaremos hasta dónde llegan. A continuación, repetiremos con velocidad media y alta y compararemos los resultados.

El agua: un camino lleno de posibilidades

El agua también es un medio de transporte muy útil para las semillas. Este tipo de dispersión, llamada hidrocoria, ocurre en ríos, lagos y costas.

El ejemplo más conocido es el coco, capaz de flotar largas distancias hasta llegar a otra playa. Pero hay semillas más pequeñas que también aprovechan el agua: algunas plantas de ribera, como el sauce, dejan caer sus semillas al río. Éstas son transportadas por la corriente y pueden, así, colonizar otras zonas. 

Para llevar esta idea a clase, basta con realizar una prueba: introducir distintas semillas en un recipiente con agua y observar cuáles flotan y cuáles se hunden. Es un experimento simple que despierta la curiosidad y ayuda a comprender mejor este proceso.

Los animales: compañeros involuntarios de viaje

Los animales también ayudan mucho a que las semillas viajen. Esta dispersión se llama zoocoria y puede darse de tres formas principales:

1. Cuando los animales comen los frutos

Muchos frutos son dulces y coloridos porque quieren atraer a los animales. Las semillas, en cambio, suelen ser duras para sobrevivir al proceso digestivo. Después, los animales las expulsan con los excrementos en otro lugar, listas para germinar. Las moras, los higos o las aceitunas son algunos ejemplos.

2. Cuando las semillas se enganchan al pelo o las plumas

Algunas semillas tienen pequeños ganchos o superficies pegajosas que se adhieren al cuerpo de los animales. Un fenómeno que despertó tal curiosidad en el ser humano que inspiró la creación del velcro, convirtiéndose en un gran ejemplo de biomímesis.
Para que este tipo de semillas lleguen a otro lugar basta con un paseo. Además, es frecuente verlas en el campo, adheridas a la ropa después de una excursión.

3. Cuando los animales guardan semillas para comer más tarde

Ardillas, ratones o aves almacenan semillas como bellotas para el invierno. Muchas quedan olvidadas, y de esas «despensas» surgen nuevos árboles. Este mecanismo resulta especialmente interesante para actividades escolares porque se pueden recopilar ejemplos en el patio o en el parque más cercano.

La dispersión de semillas no solo mantiene vivos los ecosistemas, también es una oportunidad educativa extraordinaria

Un proceso vital que podemos aprender observando

La dispersión de semillas no solo mantiene vivos los ecosistemas, también es una oportunidad educativa extraordinaria. Permite trabajar contenidos de ciencias naturales, fomentar la observación y plantear preguntas relacionadas con la biodiversidad, los ciclos de vida y la importancia de cuidar el entorno.

Además, invita a salir al exterior: un simple paseo alrededor del centro escolar puede convertirse en una excursión científica que ayude al alumnado a descubrir cómo viajan las semillas a su alrededor.

El movimiento que garantiza el futuro

Cada semilla que cae al suelo inicia un viaje inesperado. Puede volar, flotar o engancharse a un animal sin que nos demos cuenta. Pero ese pequeño desplazamiento es fundamental para mantener los bosques, praderas y jardines. Comprender y enseñar este proceso ayuda a los más pequeños a valorar la naturaleza y a entender que, incluso sin moverse, las plantas encuentran formas ingeniosas de viajar.

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