«La energía más limpia es la que no consumes»

Rosa Castizo, divulgadora ambiental, nos invita a repensar nuestro estilo de vida y la forma en que nos relacionamos con el entorno, compartiendo reflexiones desde su experiencia personal.

¿Cómo es posible vivir sin generar basura? ¿Se pierde calidad de vida al hacerlo? ¿Cómo contribuye la tecnología a frenar la emergencia climática? ¿Por qué ya no basta con ser sostenible sino que hay que regenerar? ¿Cómo concienciar de estas cuestiones a los alumnos en el aula? De todo ello hablamos con Rosa Castizo.

Usted lleva un estilo de vida que no genera ningún residuo y recientemente formó parte de la tripulación que viajó hasta la Antártida, con el programa Homeward Bound, para conocer de primera mano los efectos del cambio climático. ¿Este interés por el medioambiente viene de siempre? ¿Qué le llevó a dedicarse a la divulgación ambiental?

Estudié Ciencias Políticas teniendo claro que quería dedicarme a temas de cooperación al desarrollo con otros países y asuntos similares. Cuando empecé a trabajar en la Agencia Española de Cooperación Internacional, hace ya 20 años, fui consciente de que las cuestiones relativas a la pobreza estaban relacionadas con el medio ambiente. Ahí me percaté de que lo importante, de un modo u otro, siempre estaba relacionado con el medio ambiente, de que no podíamos vivir sin la naturaleza, de que todo lo que tenemos proviene de ella; la economía se basa en sus recursos naturales, y no asumimos que esos recursos no son infinitos. Hay tres esferas íntimamente relacionadas: lo social, lo económico y lo ambiental. Tendemos a separarlas, pero están unidas, la economía no puede crecer por encima de la sociedad y la sociedad no puede crecer por encima de la naturaleza. La naturaleza tiene un límite finito, con lo cual ser partícipes o plantear un modelo económico de continuo crecimiento o una sociedad en continuo crecimiento es inviable, se contradice con una naturaleza que no puede dar recursos infinitos. Tenemos que trabajar, y en eso pongo mi granito de arena como divulgadora, para generar una mayor conexión entre las políticas públicas, las personas, las instituciones, y trabajar juntos para ser más sostenibles.

En su viaje a la Antártida, ¿cómo fue la experiencia de trabajar junto a otras colegas científicas?

Realmente transformador. Ese viaje me hizo valorar mucho qué papel estaba jugando en la sociedad, de qué manera podía emplear mejor mi tiempo para poder generar un cambio mayor, y algunos cambios vitales a raíz de esta experiencia. Estar con compañeras científicas de más de 40 países, con perfiles apasionantes, te permite tener una visión más compleja de las cosas. Había biólogas, médicas, había expertas de campos muy diversos y era interesantísimo dialogar entre todas.  

¿Qué fue lo que más le impresionó de este viaje?

Sin duda, el contacto continuo con la naturaleza, particularmente con una naturaleza tan extrema como la de la Antártida. Fue increíble la energía que se siente allí, tan distinta a la que estamos acostumbrados en nuestros entornos naturales. La Antártida es un lugar con poco impacto humano, por tanto, está, digamos, bastante virgen, y eso es indescriptible, para los ojos, para el cuerpo, para todo… Y eso que, justo cuando estábamos allí, se publicó un informe a propósito de los microplásticos encontrados en la propia Antártida, incluso en zonas que no hay presencia humana. Se produce una conexión muy íntima y muy distinta con la naturaleza más salvaje que te modifica. 

¿Cómo llegaron allí esos microplásticos?

Por los pingüinos y las mareas, que van llevando esos restos.

«La mejor tecnología para la purificación del aire son los océanos»

¿De qué modo las profesiones científicas o tecnológicas pueden aportar soluciones a la emergencia climática?  

Las soluciones tecnológicas son muy necesarias en el momento en el que estamos porque, precisamente, este momento lo han originado determinadas soluciones tecnológicas. Hemos llegado a un escenario de enorme degradación ambiental por nuestra manera de relacionarnos con la naturaleza y con el modelo de supuesto de desarrollo. Ese uso masivo de recursos, por muchas soluciones tecnológicas que empleemos (monocultivo, modelo moderno del modelo alimentario), también está relacionado con la tecnología que nos ha llevado al actual modelo. Hay que usarla para salir del impacto negativo y repensar las cosas, porque más allá del cambio climático, no tenemos una sociedad con ciudadanos felices. No solo pensar que la tecnología nos va a salvar de esto, porque este optimismo tecnológico puede volverse en nuestra contra. No hay que olvidar que la mejor tecnología, que es la propia naturaleza, está dañada. Esa tecnología lleva perfeccionándose millones de años: la mejor tecnología para la purificación del aire son los océanos, que capturan el CO2. Tres de cada cuatro respiraciones son posibles gracias a los océanos; por mucho que queramos inventar soluciones tecnológicas, la naturaleza es quien nos ofrece las mejores soluciones. Hay que inspirarse en la naturaleza, pero no confiarle todo a la tecnología.

En 2017, estuvo en el programa de Singularity University, desarrollado en Silicon Valley. La idea era organizar proyectos utilizando tecnología exponencial como blockchain, inteligencia artificial o biotecnología, que luchara directamente contra el cambio climático. ¿De qué modo las nuevas tecnologías y las exponenciales, además de la inteligencia artificial, pueden convertirse en un instrumento eficaz para luchar contra esto?

El tema es ver hasta qué punto la tecnología exponencial tiene una huella medioambiental muy alta. Las tecnologías exponenciales consumen muchísima agua, mucha energía para centros de datos. Esto es importantísimo, porque muchas veces, al no ver esa huella, la sobreusamos. Lo vemos con el uso del ChapGPT, que utilizamos para cosas sin importancia, y consume mucho más de lo que justifica su uso. En 2017 ya se sabía de qué modo la tecnología iba a tener un uso masivo, conocíamos la singularidad tecnológica y su capacidad de desarrollo, pero tampoco entonces hicimos hincapié en ese impacto medioambiental que conllevan las piezas, los minerales que requieren, lo que ocurre con las baterías… Que no lo veamos no significa que no requieran una cantidad insostenible de recursos naturales. 

«Somos la única especie de la naturaleza que tiene el concepto de basura, el resto no genera basura»

¿De qué manera podemos ser sostenibles en nuestra vida cotidiana?

Hay programas muy sencillos de utilizar que calculan nuestra huella de carbono. En la vida cotidiana, tenemos capacidad de influencia en tres esferas. En la personal, uno puede hacer casi de todo. En mi caso, fue reduciendo la generación de residuos hasta llegar a no generar ninguno. No hay ningún envase que usemos una sola vez que lo justifique; llevo catorce años con este estilo de vida, y siempre pienso en mi abuelo, que era sostenible no por conciencia ecológica sino por lógica. Somos la única especie de la naturaleza que tiene el concepto de basura, el resto no genera basura, los humanos somos elementos disruptores. Hay que pensar en cómo nos movemos, qué emisiones genera el transporte que utilizamos y, sobre todo, controlar la manera en la que nos alimentamos, porque la alimentación es lo que mayor huella genera. Consumimos alimentos que vienen envasados, desde muy lejos, con un recorrido kilométrico tremendo, provoca pérdida de biodiversidad, gases de efectos invernadero… 

Usted se lo propuso y lo sigue cumpliendo. ¿Cómo es posible llevar ocho años sin generar residuos? ¿Cómo surge este reto personal? ¿Qué recomendaciones daría a alguien que quiere vivir una vida sin residuos?

Pensando en mis abuelos, en cómo vivían ellos. No utilizar plásticos, ni envases, no comiendo determinados alimentos, como carnes, decantarnos por las legumbres, por los alimentos de proximidad, que permiten un equilibrio con la naturaleza. No se trata de pasar de pronto a cero residuos, sino tomar la determinación e ir poco a poco. Se puede vivir muy bien haciéndolo. Y, al tomar esta decisión y llevarla a cabo, generamos ese cambio en lo personal, servimos de ejemplo a nuestro alrededor, que repite esos cambios. Sirve mucho para ir creciendo y ser ejemplo. Y llevar esto mismo a nuestro lugar de trabajo: siempre podemos transformar, aunque sea un poco, esa oficina en la que estamos, esa comunidad en la que vivimos, esa familia en la que habitamos. Se trata de vivir con menos, consumir menos agua, menos energía. Como cuando ahorramos dinero, vamos generando un capital. 

Ya no basta con ser sostenible, sino que, además, hay que regenerar. ¿Cómo podemos compaginar una cosa y otra en nuestro día a día?

La idea de regenerar es ir un poquito más allá; ser sostenible la gente lo asocia a un actitud que no va a empeorar, a «no voy a hacerlo peor de lo que estoy haciendo». Es decir, lo sostenible es «sostener» lo que actualmente tenemos, pero, con el grado de degradación que hemos causado, necesitamos recuperar parte del déficit acumulado durante los últimos cincuenta años. Insisto con nuestros abuelos, porque ellos vivían en armonía con la naturaleza, con lo que la naturaleza les daba, pero hemos ido acumulando una deuda con ella, a costa de otras especies. No, no es suficiente con reciclar. En mi caso, recupero terrenos degradados, para que de esa manera vuelvan a capturar carbono en el suelo, crezcan árboles, etcétera. Cada cual puede hacer algo en su día a día, aunque parezca mínimo, contribuirá. Ya no se trata de utilizar renovables o no, sino de asumir que la energía más limpia es la que no consumes, bajar el consumo, no solo en casa. 

Una de las cuestiones que más le preocupa, por encima de otras también acuciantes, es la extinción de las especies. ¿Este es el mayor reto al que nos enfrentamos en estos momentos?

Es que pasa un poco como con el uso de la tecnología. Como no vemos su impacto, pensamos que no lo tiene, que el que se pierdan ecosistemas, especies, no afecta a lo humano, cuando es al contrario, la pérdida de biodiversidad nos arrastrará también a nosotros. 

¿Hasta qué punto es importante enseñar en el aula valores alineados con la sostenibilidad?

Es importante, mucho, pero no solo enseñar teóricamente cambio climático, sino que los profesores den ejemplo, que sepan enfocar esto en el día a día, que los chicos vean que quien les habla es consecuente, que va en bicicleta a trabajar, o que no utiliza el coche gratuitamente, ni se va y vuelve un día a Londres a ver un concierto, que se les hable de los productos de proximidad, de lo que generan, se trata de vivir esa sostenibilidad de manera conjunta, de que vean árboles, sepan cómo se regenera un bosque, qué aporta… Y cuestiones más prácticas, como la forma en la que se ventila el aula, si emplea aire acondicionado, la iluminación, si se trabaja con materiales reciclados… 

¿Cómo se puede fomentar una ciudadanía global crítica y comprometida desde la escuela con las problemáticas ambientales? ¿De qué manera podría intensificarse esta conciencia?

Creo que sería muy interesante repensar el modelo de éxito en el que nos basamos, tratar de consumir mucho menos, porque consumimos por encima de nuestras posibilidades y no acumular. Hemos llegado aquí por inmediatez y rapidez, por un modelo publicitario, y es hora de cuestionar todos esos valores. Insisto en que podemos empezar por modificar nuestra manera de comer, practicar otros hábitos, como cocinar, comer con amigos, disfrutar de una sobremesa… 

¿Qué le mueve a seguir trabajando por un mundo más justo y sostenible?

Saber que nos jugamos nuestro futuro como especie.

Texto: Esther Peñas 

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