Vivimos tiempos en los que la naturaleza ya no encuentra más formas de decirnos que, o bien cambiamos nuestra relación con ella, o el futuro no será promisorio. Sequías, inundaciones, extinción de especies, incendios: la lista es larga. Voces como la de Santiago Beruete se alzan para decirnos que es en la naturaleza donde hay que buscar la solución.
Un jardín es, sobre todo, un espacio de cariño y una escuela de ética medioambiental/blog/p>UHA. Por un lado, el discurso público es cada vez más ambientalista, pero a la vez el consumismo salvaje sigue ensombreciendo la realidad. ¿Estamos ante una transición social o simplemente ante una contradicción (entre quienes quieren un modelo social más sostenible y quienes defienden las formas del capitalismo más voraz)?/blog/p> No estamos haciendo lo suficiente –ni lo suficientemente rápido– para resolver la emergencia climática. Y con toda probabilidad la temperatura aumentará en los próximos años más de los 1,5º C fijados por los Acuerdos de París, y las secuelas ecosociales de nuestra desidia e inconsciencia se dejarán sentir cada vez con más fuerza. Debemos prepararnos para los desastres que están por llegar./blog/p> El cambio climático cuestiona nuestras más arraigadas creencias, tales como el dogma del crecimiento indefinido o la fe en el progreso, y hace temblar los cimientos de nuestra civilización tecnocapitalista basada en la lógica del máximo beneficio… Por más que el cambio climático antropogénico sea el acontecimiento más dramático que cabe imaginar, aún no contamos con una narrativa colectiva, convincente y persuasiva, que nos ayude a calmar la ecoansiedad y afrontar la dolorosa conversión de una civilización de los hidrocarburos en otra de la inteligencia ecológica./blog/p> Muchas personas se sienten “inmunocomprometidas”, porque han perdido la esperanza en que las cosas puedan cambiar. Pero la única manera de no caer en las trampas que nos tienden el fatalismo y la resignación es comprometerse con una causa real. El conformismo representa la derrota de la imaginación./blog/p> /blog/p> UHA. Hay sitios en el mundo donde se siembran árboles en medio de arenales, mientras que en otros lugares la deforestación y los medios de producción convierten los vergeles en auténticos arenales. ¿Valoramos lo que tenemos una vez que esté perdido?/blog/p> Cuanto más superpobladas están las urbes, mayor es la arbofilia de sus habitantes, cosa que no debería sorprendernos. Numerosos estudios demuestran cómo el arbolado ayuda a reducir la ansiedad social, mejora la convivencia vecinal y disminuye la delincuencia en los barrios. A estos beneficios sumemos el hecho de que los árboles atenúan la contaminación acústica, favorecen la regulación térmica, previenen la erosión del suelo y las inundaciones, y ahorran en el consumo de energía. Según recientes cálculos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), se requiere al menos un árbol por cada tres urbanitas y un mínimo de entre 10 y 15 metros cuadrados de zona verde per cápita para mantener los niveles de calidad del aire. Si tenemos en cuenta que las ciudades ocupan el 3 % de la superficie terrestre, pero consumen el 75% de los recursos naturales y generan las tres cuartas partes de las emisiones de dióxido de carbono, su viabilidad depende de que se asilvestren y reverdezcan. Una urbe boscosa ya no es un oxímoron o una utopía poética, sino un horizonte hacia el que encaminarnos. Pasearse por un bosque sin salir de la ciudad parece una opción no solo realista sino deseable. Parece coherente con la evolución de nuestras sociedades tecnocapitalistas y multiétnicas, donde la hibridación sociocultural está a la orden del día y marca la tendencia, que la ciudad se fusione con el campo y, en lugar de ser la jungla de asfalto, se convierta en una “biourbe”./blog/p>
Progreso es un concepto vacío de significación si se profana la Tierra en su nombre/blog/p>UHA. ¿Es la hiperdigitalización de la sociedad una oportunidad o una condena?/blog/p> Bienvenidos sean todos los proyectos que intentan reescribir las reglas de la didáctica e implicar a los alumnos en su aprendizaje, siempre y cuando no descuiden el compromiso con una formación integral y no pretendan crear usuarios, clientes o, en el peor de los casos, adictos en lugar de ciudadanos críticos. Me invaden las dudas acerca de las aplicaciones educativas del metaverso cuando pienso en el enorme poder de adicción que tendrá semejante tecnología. Y aunque ese próximo hito en tecnología social online nos permitirá, a decir de sus creadores, conectarnos de formas que hoy nos resultan inimaginables, me temo que acelere el proceso de desmaterialización del mundo y la colonización de nuestro imaginario por parte del mercado. Veo con creciente preocupación cómo nos resignamos a una nueva forma de desposesión provocada por la abundancia de estímulos, información y opciones. A cambio de entretenimiento, conexión y variedad nos dejamos robar el tiempo, la atención y los datos. No oculto mi temor de que, aturdidos por el ruido, la celeridad y la abundancia, acabemos resignándonos a transitar por esta vida como sonámbulos. Algo que todos sabemos, pero tendemos a olvidar, es que la tecnología no es un fin, sino un medio para disfrutar de una buena vida./blog/p> Sin dejar de lado las nuevas tecnologías de la comunicación, abogo por seguir cultivando y consolidando en las aulas las viejas tecnologías de la comunicación, con siglos de existencia. Me refiero, por supuesto, a la lectura comprensiva, el razonamiento escrito y el debate. A mi entender la única manera de hacer frente a la barbarie de las tecnologías disruptivas es desarrollar una pedagogía bioinspirada, que retome las enseñanzas de hoja perenne de la filosofía y recupere el sentido del asombro y el gozo de aprender. Si queremos que la educación no solo sirva para preparar grandes profesionales, sino también para formar seres humanos equilibrados, responsables y satisfechos con sus vidas, debe ayudar a los alumnos a ser más dueños de sus mentes y libres para elegir./blog/p> Texto: Mauricio Hernández/blog/p>