Hablar de la huella de carbono puede parecer complicado, pero, en realidad, es un concepto muy cercano a nuestra vida cotidiana. Cada vez que encendemos una luz, usamos el coche o compramos algo que ha viajado miles de kilómetros para llegar a nuestras manos, dejamos una huella. Una marca invisible, pero con efectos muy reales. Descubre cómo reducir la huella de carbono y contribuir a un futuro más sostenible.
El clima está cambiando. Los veranos parecen no acabar nunca, las olas de calor son cada vez más fuertes y, de repente, llegan lluvias tan intensas que provocan inundaciones difíciles de controlar. No son hechos aislados, sino señales de que algo está pasando. Estos cambios no solo nos afectan a nosotros, también a los animales que pierden su hábitat y a las plantas que no pueden adaptarse tan rápido.
Los gases de efecto invernadero son los principales responsables del cambio climático. Aunque existen de forma natural en la atmósfera, la actividad del ser humano los genera en mayor cantidad, contaminando el aire que nos rodea.
La huella de carbono es la cantidad total de gases de efecto invernadero que se generan con la actividad humana. Estos gases –como el dióxido de carbono o el metano– se acumulan en la atmósfera y actúan como una manta que retiene el calor. Cuanto más gruesa es esa manta, más sube la temperatura del planeta.
Esta huella no es igual para todos ni se mide siempre de la misma manera. Existe la huella de carbono personal, que es la que producimos en la actividad del día a día, desde el transporte hasta la comida que elegimos. También la huella empresarial, que es la suma de las emisiones de una organización: su energía, sus transportes, los materiales que usa y hasta el comportamiento de sus empleados. Y la huella de producto, que es la cantidad de todos los gases de efecto invernadero emitidos a lo largo del ciclo de vida de un objeto, desde que se fabrica hasta que se desecha.
Cuando una persona, una empresa o un país emite muchos gases de efecto invernadero, las consecuencias se notan de forma directa en nuestro entorno. Una huella de carbono elevada contribuye al calentamiento global: el clima se vuelve más extremo y esto repercute en la agricultura, la salud… El precio de los alimentos aumenta porque las cosechas se estropean, las ciudades deben restringir el uso de agua, y algunas personas deben abandonar sus hogares por desastres naturales, por poner algunos ejemplos.
En España, el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico ofrece varias calculadoras que estiman, de manera sencilla, las emisiones de gases de efecto invernadero asociadas a las actividades de organizaciones, ayuntamientos y explotaciones agrícolas. Los particulares que a título personal quieran conocer cuál es la huella de carbono que están generando pueden utilizar calculadoras en línea, muy sencillas de manejar y gratuitas.
Muchas plataformas permiten conocer el cálculo de huella de carbono con unos pocos clics. Solo hay que introducir datos como los kilómetros recorridos, la energía que usamos en casa o los alimentos más presentes en nuestra dieta. Son herramientas pensadas para ser utilizadas por cualquier persona, sin necesidad de conocimientos previos, y pueden servir como actividad introductoria en clase para que los estudiantes exploren el tema de forma visual y entretenida. Algunos ejemplos son Calcufácil o ClimateHero, pero hay muchas más disponibles.
Calcular la huella de carbono consiste en medir las emisiones que cada persona genera en las distintas áreas de su vida. Una de las más importantes es la energía que se usa en casa. La electricidad, la calefacción, el aire acondicionado y el gas, especialmente cuando no se usan de manera responsable, generan CO₂ en exceso.
Otra es el transporte: los viajes en coche, moto, autobús, metro o avión producen emisiones directas. Por ejemplo, conducir un coche durante 100 kilómetros puede generar alrededor de 10 a 15 kilos de CO₂, mientras que un viaje de 1.000 kilómetros en avión puede generar una huella de 250 kilos de CO₂ por persona.
La tercera es la alimentación. La huella de carbono de lo que comemos varía muchísimo dependiendo del tipo de alimento: mientras que los productos de origen vegetal, como frutas, verduras, cereales, legumbres o frutos secos, ofrecen emisiones muy bajas, los productos de origen animal, especialmente la carne roja, generan emisiones muy altas. Por ejemplo, producir 1 kilo de carne de vacuno puede generar entre 25 y 60 kilos de CO₂, dependiendo del sistema de producción, mientras que la misma cantidad de legumbres produce menos de 3 kg de CO₂.
Reducir la huella de carbono no exige grandes sacrificios: empieza con pequeñas decisiones que repetimos cada día.
El número final que da como resultado este cálculo puede generar dudas, porque la referencia varía según los países o los estilos de vida, pero, en general, una huella de carbono baja es aquella que se mantiene cerca de los niveles recomendados para limitar el calentamiento global a 1,5 °C, según los acuerdos internacionales de la ONU. Para particulares, esto suele equivaler a menos de 2 toneladas de CO₂ por año. Una huella media se encuentra entre 2 y 5 toneladas de CO₂ al año, lo que indica que todavía se puede reducir, pero ya está por encima del nivel sostenible. Por último, una huella alta es superior a 5 toneladas de CO₂ anuales.
Aunque parezca que una persona por sí sola no puede hacer mucho, nuestras decisiones diarias, cuando se unen a las de otras personas, sí que tienen un efecto importante.
Tener una buena alimentación es importante para la salud de las personas, pero también para el planeta. Cambiar los hábitos de alimentación es una de las formas más eficaces de reducir la huella de carbono. Sustituir la carne de vacuno por legumbres en la dieta, por ejemplo, podría reducir las emisiones de gases de efecto invernadero en un 75 %, ya que para que la carne llegue a nuestro plato se emplean muchos recursos (grandes cantidades de alimento para el ganado, agua, fertilizantes, energía y transporte), lo que multiplica su impacto ambiental.
También es recomendable consumir productos locales y de temporada, que no necesitan largas distancias para llegar al plato. Para que los alumnos comprendan cómo el transporte de los alimentos influye en la huella de carbono, se puede hacer en clase el «viaje de la comida». Cada estudiante o grupo recibe una tarjeta con un alimento y, usando un mapa, traza la ruta que recorrió desde su origen hasta la tienda o supermercado. Después comparan las distancias y discuten cuáles tienen más emisiones asociadas al transporte y cómo podrían elegir productos para reducir su huella.
No se trata de dejar el coche para siempre, pero sí pensar con más cuidado cuándo lo usamos y sustituirlo cuando sea posible por caminar, ir en bicicleta o usar transporte público, lo que ayudará a reducir las emisiones de carbono y mejorará la salud. A los alumnos se les puede plantear el reto de ir al colegio sin usar el coche la mayor cantidad de días posible.
Apagar las luces al salir de una habitación, ajustar la calefacción o el aire acondicionado a temperaturas razonables, o usar bombillas LED y electrodomésticos eficientes, contribuyen a disminuir la cantidad de energía que consumimos y, por tanto, la cantidad de gases de efecto invernadero que se emiten a la atmósfera.
La continua demanda de objetos que provoca el ritmo de consumo actual solo puede mantenerse fabricando constantemente nuevos productos y empleando materiales, energía y transporte sin parar. Es necesario parar, valorar lo que tenemos, evitar compras innecesarias y tratar de alargar la vida útil de los objetos.
Los alumnos pueden llevar al aula objetos de su casa e idear formas de reutilizarlos, repararlos, intercambiarlos o donarlos, y calcular, de manera aproximada, cómo estas acciones podrían evitar emisiones de CO₂ relacionadas con la producción de nuevos productos. Además, se puede ampliar la actividad creando un «mural del consumo consciente» donde se visualicen hábitos de compra responsables.
Cada envase, papel o vidrio que se recicla evita la producción de nuevos materiales, lo que a su vez reduce las emisiones de gases de efecto invernadero y el consumo de energía necesario para fabricar productos desde cero.
Las empresas también tienen un papel fundamental en la reducción de las emisiones, ya que solo hay que actuar desde el punto de vista de cada individuo, toda la sociedad tiene una responsabilidad compartida.
Las organizaciones pueden utilizar en las oficinas equipos más modernos que consuman menos electricidad y utilizar sistemas de iluminación inteligentes que se enciendan solo cuando se necesiten. También se puede animar a los empleados a que apaguen los equipos al final de la jornada o ajusten la climatización según la ocupación de los espacios.
La mayor parte del tráfico, especialmente en las ciudades, se debe a los desplazamientos para ir al trabajo. Desde las empresas se pueden poner en marcha iniciativas para que los empleados usen opciones más sostenibles como el transporte público o bicicletas cuando sea posible, e instalar puntos de recarga para vehículos eléctricos. El teletrabajo es otra manera de evitar viajes innecesarios y que haya menos vehículos en las carreteras.
Más allá del impacto positivo en el medio ambiente, esta meta refuerza la imagen de la empresa como un actor responsable, lo que aumenta la confianza de clientes, empleados e inversores y su posición en un mercado en el que cada vez se valora más la sostenibilidad.
Aunque muchas organizaciones trabajan para reducir sus emisiones, hay impactos que no pueden eliminarse por completo. Las empresas que quieran equilibrar su huella de carbono pueden invertir en proyectos de compensación.
Para gestionar el impacto de las emisiones que no se pueden evitar, existe la compensación voluntaria de carbono.
El mecanismo de compensación se basa en los créditos de carbono. Cada crédito representa el derecho a emitir una tonelada de CO₂. Al adquirirlos, las empresas financian proyectos que retiran carbono de la atmósfera o impiden nuevas emisiones en otros lugares, compensando así la parte de su huella que no pueden reducir.
Los proyectos en los que más se suele invertir son los de reforestación, ya que plantar árboles en zonas deforestadas o crear nuevos bosques es una forma directa de capturar carbono. También las energías renovables, instalaciones solares y parques eólicos.
Para que sean eficaces, los programas deben estar certificados y ser transparentes. Las certificaciones independientes revisan que los proyectos cumplan criterios como que las reducciones de CO₂ sean reales, medibles y duraderas. Es imprescindible que proporcionen información sobre cómo se utiliza el dinero, qué resultados está logrando el proyecto y cómo se verifican esos avances.
Para 2050 la mayoría de países desarrollados se ha comprometido a alcanzar el estado Net Zero o neutralidad climática
En los últimos años ha surgido el concepto Net Zero, que significa retirar de la atmósfera la misma cantidad de gases de efecto invernadero que se emiten.
No significa dejar de emitir por completo, sino lograr que las emisiones residuales (las que no se pueden eliminar con la tecnología o los procesos actuales) sean compensadas mediante la absorción o captura de una cantidad equivalente de estos gases.
Muchos países ya han firmado acuerdos para conseguir este objetivo en 2050 y que no sea un esfuerzo aislado sino un compromiso de todos. Para lograrlo es necesario seguir trabajando en la transición hacia energías renovables, la reducción del uso de combustibles fósiles, la restauración de ecosistemas y la eficiencia energética en todos los sectores.
Las decisiones que afectan a nuestra vida cotidiana ayudan a reducir nuestra huella. En clase se puede animar a los alumnos a que hagan un sencillo ejercicio. Primero dibujar su día desde que se despiertan hasta que llegan a clase: qué desayunan, cómo se desplazan, qué encienden en casa. Después, entre todos, hablar sobre qué acciones generan más o menos emisiones y cómo podrían modificarlas.
Cada acción para reducir la huella de carbono suma. Si millones de personas y organizaciones introducen pequeñas mejoras en su forma de consumir, desplazarse o usar la energía, el efecto conjunto puede ser imparable.
Texto: Arantza García