El Día de No Comprar Nada, también conocido como Buy Nothing Day, es una jornada especial que invita tanto a niños como a adultos a detenerse un momento y pensar cómo consumimos y qué hábitos podríamos cambiar.
Es algo que hacemos sin pensar. Abrimos una app, pasamos por un escaparate, vemos un anuncio... y compramos. A veces por necesidad, otras por impulso. O simplemente porque sentimos que nos falta algo. Tenemos esa idea de alguna manera fijada en la cabeza: más cosas equivalen a más felicidad.
¿Y si nos detenemos un momento? Detrás de cada compra hay una historia que no vemos. Para fabricar lo que consumimos se utilizan recursos naturales cada vez más escasos y el ritmo al que compramos y tiramos hace que los residuos aumenten sin parar. Pararse a pensar es el primer paso para consumir de forma más consciente y entender que cuidar el planeta puede empezar en algo tan cotidiano como el carrito de la compra. Eso es lo que propone el Buy Nothing Day.
El informe de Statista 2025 sobre hábitos de consumo señala que los españoles gastan de media más de 3.400 euros al año en compras online, una cifra que refleja el crecimiento del consumo digital y la facilidad para comprar de forma impulsiva.
Pasar 24 horas sin comprar nada. Suena fácil, pero ¿lo es? No se trata solo de ahorrar dinero. Es una invitación a parar y a mirar nuestros hábitos de consumo con otros ojos. También es una oportunidad para comprender el valor de los objetos y la importancia de cuidar los recursos.
En el aula, puede ser tan sencillo como abrir un pequeño debate: ¿qué necesitamos realmente?, ¿qué es un capricho?, ¿cómo podemos compartir o reutilizar en lugar de comprar? Los niños pueden descubrir que sus decisiones cuentan, y que pueden generar impacto sin gastar ni un euro.
El movimiento Buy Nothing Day es relativamente nuevo, ya que nació en Canadá en 1992 y pronto se extendió por todo el mundo.
Su creador fue el artista y activista Ted Dave, preocupado por una sociedad cada vez más consumista. Ya que el éxito se mide solo por lo que uno tiene, propuso algo muy simple, dedicar un día a no comprar nada. Una pausa simbólica para reflexionar sobre el impulso de comprar, el impacto en el planeta y las desigualdades que se esconden detrás de cada producto. Su idea buscaba abrir conversaciones y remover conciencias.
Lo que comenzó como una propuesta local atrajo la atención internacional, en especial cuando la revista canadiense Adbusters se unió a la difusión del movimiento. Desde Vancouver se expandió a Estados Unidos, Europa, Japón, Australia y otros lugares del mundo. Hoy se celebra en más de 60 países, lo que demuestra el éxito de la iniciativa y que la preocupación por el consumo excesivo y el impacto ambiental es global. Cada país adapta la jornada a su contexto cultural y comercial, con actividades en la calle, campañas en redes sociales, etc.
No hay una única fecha fija en todo el mundo para celebrar este día, pero sí un propósito común, que es hacer una pausa en la rueda del consumo.
Lo más habitual es que se celebre el último viernes de noviembre, coincidiendo con el famoso Black Friday, seguramente el día del año en el que más se compra. En Estados Unidos y Canadá coincide con el viernes siguiente al Día de Acción de Gracias, o sea que este año será el viernes 28 de noviembre. En Europa la fecha también se elige justo antes de que arranquen las compras navideñas. En países como Japón o Australia, el movimiento se adapta al fin de semana más cercano al Black Friday, para coincidir con un período de promoción comercial y por tanto hacer más visible el contraste entre consumo y reflexión.
Una de las mejores maneras de explicar este día en clase es compararlo precisamente con el Black Friday. Todo comenzó un viernes de noviembre, en la década de los sesenta en Estados Unidos, justo después del Día de Acción de Gracias, cuando muchas familias aprovechan el día libre para adelantar las compras navideñas. Concretamente aquel día las calles se llenaron de coches y peatones en busca de ofertas, convirtiendo aquella jornada en un auténtico caos para la policía, que la bautizó como «viernes negro». Para los comercios, sin embargo, el nombre tuvo otro sentido: fue el día en que las cuentas pasaron de estar en números rojos a volver a la ansiada tinta negra de los beneficios. Así nació una tradición que con el tiempo se convertiría en un fenómeno global.
Mientras que el Black Friday empuja a comprar rápido y gastar, el Buy Nothing Day propone justo lo contrario, parar y pensar. En el aula, se puede trabajar con los niños cuál es la diferencia entre «quiero» y «necesito», qué papel juega la publicidad y cómo las empresas influyen en nuestras decisiones. Así aprenden que el consumo también es una elección.
El objetivo principal es fomentar el consumo responsable: valorar lo que ya tenemos, evitar compras innecesarias y pensar en el ciclo de vida de los objetos. También busca reducir el impacto ambiental, porque cada producto que no compramos significa menos recursos extraídos, menos energía usada, menos residuos.
Según el Instituto de Resiliencia de Estocolmo, la humanidad ya ha sobrepasado la mayoría de los límites planetarios, y uno de los más preocupantes es el uso excesivo de recursos naturales para sostener el ritmo actual del consumo. A pesar de ello, las ventas continúan creciendo año tras año, impulsadas por una cultura que premia la inmediatez y el derroche. En este contexto, resulta esencial promover el consumo consciente, entendido como la capacidad de reflexionar antes de comprar, analizar si realmente necesitamos algo y considerar el impacto de nuestras decisiones. Junto a él, el consumo responsable va un paso más allá, ya que implica actuar de acuerdo con esos valores: reducir, reutilizar, reparar, apoyar productos sostenibles o locales y evitar el desperdicio.
Este día también invita a reflexionar sobre cómo la publicidad y la presión por tener lo último afectan nuestro bienestar y nuestras relaciones. Y promueve la creatividad: compartir, intercambiar, reparar o disfrutar sin comprar.
El consumo responsable también significa cuidar el planeta, la comunidad y el propio bienestar
En muchos países, escuelas, asociaciones y grupos vecinales organizan actividades que fomentan la creatividad y otros tipos de consumo.
Una idea puede ser organizar un mercado de trueque, en el que los participantes puedan ofrecer lo que ya no usan y llevarse algo que necesiten. También realizar talleres de reparación, en los que los vecinos más hábiles arreglen ropa, juguetes o aparatos, alargando su vida útil.
Incluso se puede organizar en clase este tipo de taller: «Dale una segunda vida a tus cosas». Los alumnos traen de casa un objeto que ya no usen o que esté roto –una camiseta vieja, un juguete roto, una botella vacía o una caja– y, con materiales sencillos como pegamento, tijeras, pinturas o telas, lo transforman en algo nuevo: una bolsa, un portalápices, un adorno o un cofre.
Otra opción es dedicar el día a actividades que no cuestan dinero: leer, jugar en familia, hacer deporte o dejar el móvil y pasar tiempo con amigos. También puede ser una oportunidad perfecta para disfrutar del tiempo libre de una manera diferente, especialmente con los más pequeños. En lugar de ir de compras, aprovechad para hacer actividades al aire libre que fomenten la conexión con la naturaleza y compartir experiencias. Pasear por el parque, hacer una excursión al campo, preparar un picnic familiar o simplemente observar el entorno natural son formas sencillas y enriquecedoras de pasar el día.
El movimiento ha inspirado campañas muy creativas. En algunos lugares se organizan zombiewalks, desfiles donde la gente se disfraza de zombie para representar cómo el consumo excesivo adormece nuestro pensamiento crítico.
En otras ciudades, colectivos ecologistas hacen intervenciones en centros comerciales, reparten folletos o muestran mensajes sobre el impacto del consumismo. También hay campañas en redes sociales, con hashtags como #BuyNothingDay o #DíaSinCompras, que animan a compartir ideas y experiencias sobre consumo responsable.
Como ocurre con muchas iniciativas que buscan cambiar hábitos, el Día de No Comprar Nada también genera opiniones encontradas. Aunque su intención es positiva, no todo el mundo lo ve igual. Para algunos, es un día para cuidar el planeta y revisar nuestras costumbres. Para otros, resulta poco realista o incluso injusto, especialmente para quienes dependen del comercio para vivir.
Este debate puede hacerse en clase, ya que permite hablar sobre cómo las decisiones individuales pueden tener efectos distintos según el punto de vista: que cada alumno adopte un rol (el consumidor y el comerciante, por ejemplo) y defiendan las distintas posturas.
Algunos comerciantes argumentan que esta jornada puede reducir sus ventas, justo en una época clave como la campaña navideña. Para muchos negocios pequeños, cada jornada cuenta. Desde la perspectiva de los consumidores, muchos ven este día como una pausa saludable para reflexionar sobre hábitos y reducir gastos. El debate es interesante: ¿es justo para los negocios?, ¿puede el movimiento ayudar a cambiar hábitos?, ¿qué equilibrio hay entre consumir y abrirse a alternativas?
Hay medios de comunicación y expertos que sostienen que el Buy Nothing Day es demasiado simbólico y tiene un impacto limitado. Un solo día sin compras no cambia mucho si el resto del año seguimos igual. Sin embargo, otros argumentan que sí puede ser un primer paso hacia cambios más profundos. Los cambios no suceden de la noche a la mañana, pero una idea pequeña puede sembrar algo mayor.
El espíritu de este día no termina en una sola jornada. De hecho, ha inspirado otras iniciativas que invitan a reflexionar sobre el consumo a lo largo del año. Estas campañas comparten una misma idea: disfrutar y compartir sin que todo dependa de comprar algo nuevo.
Este movimiento se articula más allá del Día de No Comprar Nada. Por ejemplo, existe la campaña Buy Nothing Christmas, que propone regalos hechos a mano, compartidos, prestados o reutilizados en lugar de comprar algo nuevo. También hay movimientos como No More Black Friday o Green Friday (se celebra el mismo día que el Black Friday y defiende hacer compras éticas, locales y sostenibles), que buscan reducir la presión comercial y fomentar la sostenibilidad.
El consumo responsable va mucho más allá de comprar por impulso. Cada vez que adquirimos algo sin detenernos a pensar si de verdad lo necesitamos, entramos en un ciclo que puede afectar tanto a nuestro bienestar emocional como al medio ambiente. En la infancia ese efecto es aún más evidente, pues la publicidad y el entorno inculcan hábitos de consumo sin reflexión. Se trata de consumir menos y con conciencia.
En esta línea, este día ofrece la excusa perfecta para priorizar experiencias (un paseo, una tarde con amigos, una lectura compartida) en lugar de ir de compras; reutilizar, reparar y prestar en lugar de comprar; enseñar a los niños que cuidar recursos, reducir residuos y apreciar lo que tienen es parte de su responsabilidad.
Para planificar su jornada sin gastos, los niños pueden escribir una «lista de deseos» y luego pensar qué cosas son realmente necesarias. Otra idea es donar o intercambiar objetos: los alumnos pueden traer algo que ya no usan y compartirlo con otro compañero. También se puede lanzar un reto familiar: una tarde sin compras, solo juegos, lectura o paseos.
Este movimiento ha dejado huella en la cultura de muchos países. Ha ayudado a generar conciencia sobre el consumo responsable, a abrir conversaciones en casa entre padres e hijos sobre cómo y por qué compramos, y a fomentar nuevas formas de creatividad, colaboración y solidaridad. Pero lo más importante es que los niños entiendan que no todo lo que nos hace felices se compra.
Intentémoslo. 24 horas sin comprar nada. O comprar, pero con sentido y con cabeza, pensando qué valor damos a lo que tenemos y qué impacto generan nuestras decisiones. Porque al final no se trata de tener más, sino de necesitar menos para vivir felices.
Texto: Arantza García