Quizás el consumo de agua sea uno de los más sencillos de visualizar en el día a día: cada vez que nos duchamos, tiramos de la cadena o bebemos, presenciamos cómo el líquido desaparece. Sin embargo, la mayor parte del agua que consumimos en un día normal, ni la tocamos ni la vemos. Aunque la intuición nos diga lo contrario, cada vez que encendemos la luz, compramos un rotulador o comemos un bocadillo estamos consumiendo litros y litros de agua. Pero, ¿cómo es esto posible? La respuesta se encuentra en la huella hídrica: un concepto que nos ayuda a entender cuánto consumo de agua se esconde tras un producto o servicio, pues casi todos los procesos de producción requieren del uso de agua.
¿Qué es la huella hídrica?
Técnicamente, la huella hídrica (cuya unidad de medida más común son los litros consumidos en un año) se define como un indicador medioambiental que mide el volumen de agua dulce utilizada en la cadena de valor de un producto o servicio. Con esto, también las personas, comunidades o empresas pueden calcular su propia huella, que será el resultado de la suma de toda el agua necesaria para crear los productos o servicios que consuman.
Los tres tipos de huella hídrica
De igual forma que una pisada en la arena, una en tierra húmeda y una en hormigón fresco no son iguales ni tienen el mismo impacto en el entorno, también existen diferentes tipos de huella hídrica. Estas se diferencian en función del origen del agua empleada o de su capacidad de regeneración:
- Huella hídrica azul: Se refiere al agua utilizada en un proceso de producción y extraída de masas naturales superficiales o subterráneas, como ríos, manantiales o acuíferos.
- Huella hídrica verde: Se refiere al agua de lluvia, nieve o deshielo que no llega a almacenarse en masas subterráneas o superficiales, sino que se recoge en el suelo o la vegetación. Está presente, especialmente, en productos agrícolas.
- Huella hídrica gris: Se refiere al agua contaminada durante un proceso. Es necesario depurarla para reincorporarla en la naturaleza.